Utilizar la basura orgánica depositada en contenedores o los residuos de industrias alimentarias, agrícolas o ganaderas, y transformarlos en una fuente de energía renovable no es, aunque pueda parecerlo, una historia propia de ficción utópica. La tecnología disponible, el escenario que va dibujando la legislación vigente y la implicación del sector privado hacen posible que procesos así sean ya una realidad.
El paradigma actual de la sostenibilidad lleva a los ciudadanos a la reducción, la reutilización y el reciclaje de los residuos. Son las conocidas como las tres «R». No obstante, en última instancia, se puede contemplar su transformación en biocombustibles para evitar que acaben en vertederos. Este procedimiento consiste en transformar esta basura en energía, concretamente, en un biocombustible que recibe el nombre de biogás.
De este modo, se consigue, por un lado, un gas combustible de origen renovable que puede ser empleado en ámbitos industriales, domésticos e, incluso, en el transporte, mientras que, por otro lado, se logra reducir la cantidad de residuos que acaban en vertederos, acercándose así a la normativa europea que fija que el vertido de residuos urbanos para 2035 debe ser menor de un 10%: «La producción de biogás es importante porque consigue reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, ya que los gases renovables tienen una huella de carbono inferior a la de los de origen fósil. Además, nos permite dar solución al volumen de basura que llega a los vertederos, que supone un problema por las emisiones de gases de efecto invernadero asociadas», explica Vicente Bernal, senior scientist en Repsol Tech Lab.
La normativa europea fija que la cantidad de residuos urbanos depositados en vertederos para 2035 debe ser menor de un 10%.
España cuenta con más de 200 plantas de producción de biogás, bastantes menos que en países europeos como Alemania donde hay más de 10.000. «La razón es que el sistema de gases renovables en España no cuenta con el mismo apoyo que el que tienen otros países, donde existen mecanismos que hacen que estas inversiones sean más atractivas para las empresas. Nosotros contamos con tecnología madura, pero que genera gases que, debido a sus rendimientos, no son económicamente competitivos frente a los de origen fósil», señala Bernal.
Quizás por eso cobra tanta importancia el desarrollo de proyectos específicos, como la construcción de una planta de producción de gas a partir de residuos en Bilbao: se trata de una iniciativa pionera de Repsol que permitirá demostrar la validez de este combustible a escala industrial y que abrirá, previsiblemente, muchas puertas para que esta fuente de energía sea utilizada por otras compañías y se aplique en otros ámbitos. Como apunta Bernal, «el objetivo del proyecto es la obtención de un gas de baja huella de carbono, a partir de residuos urbanos, que va a utilizarse como combustible para alimentar las necesidades de la refinería de Petronor, una de las mayores de España. Ello permite a la refinería reducir emisiones de gases de efecto invernadero y, por tanto, reducir su huella de carbono». Con una disposición inicial para procesar 10.000 toneladas de residuos al año, la capacidad de esta planta de pirólisis podría ampliarse en etapas posteriores hasta alcanzar las 100.000 toneladas, aproximadamente, el equivalente a todos los residuos urbanos del entorno.
Potencial de España en biogás
No obstante, el liderazgo del que goza España en el sector agrícola y ganadero hace que nuestro país pueda ser, en el futuro, una potencia en la producción de biogás, debido a que existe una gran disponibilidad de residuos que pueden, potencialmente, transformarse en este biocombustible: «De hecho, existen estudios publicados que establecen que el potencial de producción en España estaría en torno a los 20-34 teravatios-hora anuales (TWh/año) de energía y, en 2017, se estaban produciendo tan solo 225 GWh/año», detalla Bernal.
Actualmente, nuestro país utiliza, principalmente, los residuos procedentes de depuradoras y la fracción orgánica de los residuos sólidos urbanos -es decir, la basura que se deposita en los contenedores-, pero «existe mucho potencial también de otras materias primas como los excrementos de los animales de las granjas que, además, suponen un grave problema ambiental», puntualiza el científico.
Este proceso supone, no solo la valorización de residuos, sino que también constituye todo un activo para revitalizar el medio rural, ya que buena parte de los desechos que se podrían utilizar para la generación de biogás proceden de estas zonas. Todo ello conlleva, por lo tanto, la creación de puestos de trabajo asociados al tratamiento de los residuos, así como la instalación de plantas próximas a estas regiones.
Para cerrar el círculo en el aprovechamiento de los recursos, además de para usos industriales, el biogás también puede emplearse en ámbitos domésticos (calefacción o cocinas) y como combustible para la movilidad (transporte por carretera o marítimo). «En estos casos, los gases tienen que pasar por un proceso de mejora que se conoce como upgrading. Con ello se consigue que la calidad del gas renovable obtenido sea equivalente a la del gas natural de origen fósil. Cuando esto sucede, se obtiene un gas que se denomina biometano. El biometano es un gas renovable obtenido a partir del biogás que, por sus características, composición y calidad, es equivalente al gas natural y, por tanto, puede sustituirlo en todas sus aplicaciones, por ejemplo, se puede inyectar en la red de gas natural y usarse en aplicaciones domésticas, o bien se puede comprimir o licuar y usarlo en transporte», explica Bernal.
Las posibilidades, como vemos, son enormes. Queda, por lo tanto, el reto por delante de que, desde el ámbito público y privado, se dé un impulso al sector del biogás, en el que España tiene todavía un largo recorrido. Generar energía renovable a partir de residuos va a ser sin duda una de las grandes alternativas de futuro para cerrar el ciclo de la economía circular.