Cuando Anna Martín, Marcel Rovira y Mariona Figueras, hoy graduados en Ingeniería de Diseño Industrial por la Escuela Universitaria Elisava de Barcelona, cursaban segundo de carrera, tenían claro que necesitaban crear algo capaz de traspasar los estrechos márgenes de sus apuntes. Así que, tras un hackaton en el que participó Rovira, comenzaron a quedar cada viernes por la tarde para trabajar en lo que con frecuencia llamaban “su propia asignatura”, un proyecto que abordara la necesidad de aprovechar los excedentes de las energías renovables que no se llegaban a consumir.
De aquellas quedadas y sesiones de trabajo, empujados por su propia pasión y ganas de innovar, y con la adición de Lucas Vicent, químico, surgiría Atom H2, una solución que convierte el exceso de energía limpia en hidrógeno que se almacena en estado sólido para utilizarse de nuevo como energía cuando sea necesario. Un proyecto que tuvieron la oportunidad de incubar en Silicon Valley (EE UU) y alimentar de fondos públicos y privados (principalmente europeos).
El módulo de almacenamiento que crearon les valió ganar la fase nacional de los James Dyson Awards 2024; unos premios organizados por la Fundación del mismo nombre que buscan “celebrar, motivar e inspirar a la próxima generación de ingenieros, desafiándoles a diseñar algo que resuelva un problema” presente en la sociedad, según María Rodríguez, ingeniera de diseño senior en Dyson.
Hidrógeno sólido para aprovechar las energías limpias
En una primera fase, la solución de Atom H2 se centrará en prestar servicio a lugares remotos desconectados de la red eléctrica, por lo que están realizando pruebas piloto con empresas del sector de las torres de telecomunicaciones (que funcionan con generadores diésel). Pero ¿cómo funciona el proceso?
“Primero tiene lugar la generación in situ de energía renovable, gracias a placas solares o molinos de viento. Esa energía es consumida por la torre, pero cuando hay más energía producida que consumida, ese excedente pasa por un electrolizador que convierte la energía en hidrógeno separando las moléculas del agua“, explica Rovira. “Entonces lo almacenamos en estado sólido en nuestra tecnología Core, que no necesita altas presiones ni bajas temperaturas, y cuando sea necesario lo pasamos por una pila de combustible y se vuelve a convertir en electricidad para, por ejemplo, la noche o el invierno”, añade.
Un sistema que complementan con baterías de litio ya que, como señalan, el hidrógeno va muy bien para un almacenamiento de larga duración, mientras que estas baterías resultan muy eficientes en el día a día. Por eso, antes de generar el hidrógeno, el primer paso es recargar estas baterías. “En todo este sistema hay tres componentes: el electrolizador; el almacenamiento; y la pila de combustible, que permite que podamos volver a usarlo en forma de electricidad”, afirma Martín.
El hecho de que sea un sistema modular permitiría, además, añadir unidades adicionales de almacenamiento, según sea la demanda de energía. Una versatilidad que, en el futuro, la hará apta para usarse tanto en entornos residenciales como industriales, si bien de momento se centran en las necesidades de sitios remotos o como backup energético para, por ejemplo, hospitales o centros de datos: “Para una torre de telecomunicaciones que consumen entre uno y dos kilovatios, tener un generador diésel continuamente funcionando significa un coste (incluido el mantenimiento) de unos 160.000 euros en 10 años, un gasto que estiman se reduciría a la mitad con nuestro sistema”, indica Rovira.
Se buscan personas que solucionen problemas
Iniciativas como los James Dyson Awards, que se celebran de forma ininterrumpida desde 2004, no solo sirven para reconocer los esfuerzos de innovación, sino que pueden generar un efecto multiplicador en el ecosistema emprendedor e investigador de un país. “A nivel local, porque ponen en valor la importancia de la innovación, especialmente cuando se trata de cuestiones de alcance global, como es el almacenamiento de energía en el caso de Atom H2″, sostiene Rodríguez. “Un proyecto ganador atrae el interés de inversores y posibles colaboradores, lo que puede dinamizar la cultura emprendedora nacional y animar a otros innovadores a explorar ideas que afronten nuevos retos”.
La clave, añade, está en desarrollar proyectos que busquen generar un impacto positivo en las comunidades y aborden desafíos urgentes a nivel global. Áreas como las tecnologías sostenibles; soluciones climáticas como la reducción de residuos; innovaciones en energías renovables; y avances en ingeniería médica. “Además, el crecimiento de la inteligencia artificial (IA) y las tecnologías conectadas ofrece oportunidades para integrar innovaciones basadas en datos en aplicaciones prácticas que mejoren la vida cotidiana de muchas personas, como por ejemplo aquellos con discapacidades, enfermedades crónicas o movilidad reducida”, apunta la portavoz de Dyson.
Visibilizar el lado más social de las ingenierías
Aplicaciones como las señaladas pueden ayudar a las nuevas generaciones de estudiantes a visibilizar el lado más humano y social de las ingenierías, alejándose de la falsa idea de que estas son siempre algo frío y tecnológico. Una impresión incorrecta que, a juicio de Marta Olea, vicerrectora de Comunicación y profesora en la Escuela Técnica Superior de Ingeniería de Sistemas Informáticos de la Universidad Politécnica de Madrid, puede explicar en parte el descenso en la demanda de titulaciones de ingeniería.
“Esto sucede por la percepción que existe respecto a la dificultad de las carreras de ingeniería, por su carga matemática, física y tecnológica. Pero también puede explicarse por nuestro fallo a la hora de comunicar la ingeniería desde el punto de vista social y humano”, o incluso de la etapa educativa anterior, “cuando los profesores de Secundaria y Bachillerato no consiguen motivar suficientemente a los alumnos para que les llame la atención una carrera técnica”, esgrime.
De acuerdo con un estudio del Instituto de Graduados en Ingeniería e Ingenieros Técnicos de España (Ingite), el número de alumnos matriculados en titulaciones de ingeniería ha descendido un 40 % en los últimos 20 años, pasando además de suponer el 24 % de los estudiantes en el curso 2002-2003 a solo el 12,72 % en el 2022-2023. Datos que, sin embargo, contrastan con unas expectativas de crecimiento neto del empleo entre 2023 y 2027 para la mayoría de ramas de la ingeniería, según Randstad, y muy especialmente en las áreas de informática y telecomunicaciones (debido a la transformación digital); la modernización de la industria; y la sostenibilidad, debido a la transición hacia economías más verdes y la adopción de energías limpias.
Para Olea, visibilizar ese lado más humano de las ingenierías acarrearía múltiples beneficios: por un lado, ayudarían a reducir la brecha de género en estos estudios; y, por otro, aumentaría el número de vocaciones. “Las aplicaciones en el área de la ingeniería biomédica son evidentes, por todos los gadgets y similares que se están haciendo. Por ejemplo, un proyecto que teníamos aquí en la Politécnica de Madrid era una pulsera que se ponía a las personas mayores para prever, en base a cinco parámetros y con la ayuda de la IA, cuándo iban a ser ingresadas, y así tomar los pasos necesarios para evitarlo“. Una aplicación crítica a la hora de alargar la calidad de vida de las personas, sobre todo si se tiene en cuenta que, como recuerda Olea, cuando alguien anciano ingresa en un hospital se produce un deterioro considerable en sus facultades.
El impacto social de las ingenierías se deja también notar de forma muy notable en una gran cantidad de proyectos de cooperación internacional. “En un pueblo de África desarrollamos un proyecto financiado por la Fundación José Entrecanales Ibarra, porque en época de lluvias siempre se quedaban aislados y los niños no podían ni asistir al colegio. Lo único que había que hacer era elevar la carretera que les unía con el pueblo principal, así que ese fue el trabajo de fin de grado de un grupo de estudiantes de Ingeniería de Caminos. Vieron cómo drenar el agua, qué materiales poner…”
En lo que respecta a la brecha de género, Olea admite que la situación para los estudios de Ingeniería ha mejorado en los últimos años, algo que corrobora Ingite: en los últimos 9 años ha aumentado un 27.42%, pasando de 44.402 en el curso 2015-2016 a 56.579 en el curso 2023-2024, y representando el 24,8% del total de alumnos matriculados en los Grados de Ingeniería.