Del “mar de gas” al desabastecimiento, el fracaso de un modelo

La crisis económica ha golpeado con fuerza a los bolivianos. La pérdida del poder adquisitivo de sueldos y salarios se agrava con el paso de los días. Ya no es solo una advertencia o un tema de debate político: los precios de los artículos de primera necesidad, aquellos de consumo cotidiano, han aumentado entre un 30% y un 50%, mientras que los productos de consumo ocasional han subido más del 100%. Las familias se ven obligadas a ajustar sus presupuestos, lo que afecta el consumo y, por ende, la demanda agregada.

La macroeconomía está en rojo. La crisis energética y un déficit fiscal creciente e insostenible son una realidad innegable. Nos hicieron creer que éramos el centro energético de Sudamérica, un “mar de gas”, pero hoy enfrentamos colas interminables para cargar gasolina y un país bloqueado que exige el abastecimiento de diésel para el transporte y la producción. La mayor bonanza de la era democrática fue dilapidada: se invirtió mal, se gastó peor y se agotaron las Reservas Internacionales. La corrupción se institucionalizó, la escasez de dólares es crítica y el tipo de cambio paralelo, inexistente hace años, ha duplicado al oficial y sigue en ascenso.

El sector productivo privado está en jaque. La falta de dólares para importar insumos, los bloqueos de carreteras, las trabas para exportar y un sistema judicial convertido en un brazo de operación política crean un escenario adverso que desalienta cualquier iniciativa de inversión.

El sistema de salud está al borde del colapso, con una preocupante escasez de insumos y medicamentos. La informalidad se ha convertido en el medio de supervivencia para el 80% de la población, que se refugia en un subempleo precario. El narcotráfico y las redes mafiosas configuran un escenario amenazante, donde los ajustes de cuentas ya son parte de la realidad cotidiana.

La democracia está en crisis. La elección de agosto del bicentenario está amenazada por la instrumentalización de la justicia. El poder político controla o manipula los órganos del Estado que deberían ser independientes para garantizar el Estado de Derecho y las libertades democráticas. El objetivo es claro: perpetuarse en el poder mediante una corrupción institucionalizada que ha corroído todos los estamentos del ejercicio público.

¿Quiénes son los responsables de este desastre? Sin duda, los conductores del proyecto político del Movimiento al Socialismo (MAS): 15 años de gobierno de Evo Morales y 5 años de Luis Arce. Como dicen en Tarija, al pan, pan, y al vino, Kolberg.

Para revertir este sombrío panorama, debemos interpelar a los votantes del MAS. Ellos no son inmunes a la crisis; sus familias también sufren el rigor de la inflación y el desaliento colectivo. Según el padrón electoral, hay 7.5 millones de electores. En las últimas dos elecciones, el 13% se abstuvo de votar. Si asumimos que este porcentaje se mantiene en la elección del bicentenario, unos 6.5 millones de votantes ejercerán su derecho democrático.

Podemos suponer que un tercio de estos electores son masistas convencidos, motivados por lealtades ideológicas, afectivas o prebendas, y que difícilmente se abrirán al debate objetivo. Otro tercio es claramente antimasista, y no requiere mayor atención para esta reflexión, pues su voto probablemente se concentrará en el candidato opositor con mayores posibilidades de éxito.

Nos enfocamos, entonces, en el tercio restante: aquellos votantes que aún no han decidido su voto. Este segmento, el centro político, es clave, pues su decisión puede inclinarse hacia el MAS o hacia otra opción. Fueron precisamente estos votantes quienes dieron la victoria a Evo Morales y Luis Arce en el pasado.

A este grupo debemos motivar a reflexionar sobre la difícil coyuntura que vivimos. Son abuelos, padres, hijos; sienten el peso de la crisis, perciben la pobreza o tal vez ya la padecen. Tienen la capacidad de razonar sin ataduras ideológicas. A ellos les pregunto: ¿Quiénes son los responsables de la crisis económica y política que enfrentamos?

La pregunta es pertinente. Estamos en un momento crucial, con la oportunidad de votar por una opción que frene la caída o, por el contrario, nos empuje al precipicio. Los candidatos del MAS —aún en medio de sus disputas internas— ofrecen la continuidad de un modelo fracasado que nos condujo a esta crisis. Pensar que algo diferente puede suceder con ellos es un autoengaño; proponen la misma receta de los últimos 20 años.

Me resisto a creer que este segmento clave de la población, sintiendo la crisis en carne propia e identificando a los responsables, aún incline su voto por el masismo. Hacer lo mismo y esperar resultados diferentes no es solo un error: es una insensatez.

Es hora de abrir los ojos.

Jaime Navarro Tardío es militante de Unidad Nacional, exdiputado y ex secretario ejecutivo de su partido.

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