Mientras los operativos contra el agio y la especulación copan los noticieros, el bolsillo de la población aún no siente el impacto de las medidas contra la recesión económica. Quienes van a los mercados siguen comprando menos debido al constante alza en los precios de los productos.
“Los precios siguen por las nubes. Todo ha subido y el sueldo ya no alcanza. Antes iba al mercado con 300 bolivianos y me alcanzaba para toda la semana ¿Ahora? Ni con 600”, lamenta Brenda Justiniano, quien solía abastecerse cada domingo, pero ahora trabaja incluso los fines de semana para compensar el alza del costo de vida.
Este 27 de mayo no asistió a los agasajos y aprovechó la media jornada de asueto por el Día de la Madre para ir al Abasto, donde vio a mucha gente regateando, comparando precios y buscando lo más barato para que el dinero rinda.
En ese mercado las vendedoras instalan sus puestos desde tempranas horas, ofreciendo frutas y verduras al por mayor y al por menor. Sobre los pasillos, acomodan bolsas y cajas repletas de productos, listas para atender a los compradores, en su mayoría amas de casa que luchan día a día por llevar los insumos necesarios para alimentar a sus familias.
“No hay mucha venta, algunas caseritas preguntan, ven que está caro y se van. Otras piden rebaja”, dice una comerciante que literalmente ruega a quienes pasan cerca de su puesto para que se detengan a comprarle.
Hasta este mercado también llegó Mery Bazán, que se dedica a la venta de comida e intenta estirar el presupuesto para seguir llevando el sustento. Acudió con Bs 120, que era todo lo que tenía de la venta del día, con lo que volvió a comprar lo necesario para cocinar. Este miércoles tiene previsto preparar guiso de fideo, porque intenta mantener un menú variado para sus clientes. Le piden panza, asadito, empanada o patasca los fines de semana.
“Solo he comprado para el día, para poder vender y luego volver a comprar”, dice al indicar que, por lo general, vende a Bs 6 el plato de comida y no puede subirle, porque la gente no tiene para pagar.
Hace malabares para compensar la subida de precios. A veces solo compra un cuarto de carne y con eso intenta preparar hasta seis platos de guiso, aunque admite que ahora las porciones son más pequeñas. Cuando se les pregunta por los precios, de inmediato ambas dicen cómo subieron. El kilo de pollo, por ejemplo, pasó de Bs 17 a Bs 20. La carne de res de primera se vende a Bs 65, mientras que la de segunda cuesta entre Bs 50 y Bs 55. En el caso de la carne de cerdo, el kilo de pierna se ofrece a Bs 29, las chuletas oscilan entre Bs 35 y Bs 36. El aceite pasó de Bs 12 a Bs 20.
En las ventas de los barrios también se siente la crisis, pues muchas amas de casa compran por cuarto o por unidad, porque el dinero no alcanza.
Según el Instituto Nacional de Estadística (INE), la inflación acumulada en Bolivia llegó al 5,95% entre enero y abril de 2025. Solo en abril, el Índice de Precios al Consumidor (IPC) registró una variación positiva de 0,90% respecto a marzo, reflejando una presión inflacionaria significativa en el cuarto mes del año.
Con este resultado, el país ya ha alcanzado el 79,3% de la meta oficial de inflación proyectada por el Gobierno para todo el 2025, que es del 7,5%. Esta situación enciende alertas sobre un posible desborde inflacionario, si persisten los factores que empujan los precios al alza.
Los productos con mayor incremento fueron la cebolla (25,71%), carne de res sin hueso (2,41%), almuerzo (1,16%), huevos (8,24%), queso (6,14%) y champú en frasco (6,03%). Las ciudades que experimentaron mayores incrementos en los precios fueron Trinidad, con el 2,28%; Tarija, con 1,54%; Potosí, con 1,15%; Santa Cruz, con 1,10%; Cobija, con 1,09%; La Paz, con 0,74%; Oruro, con 0,69%; Región Metropolitana Kanata 0,61%; y Sucre 0,52%.
El presidente Luis Arce anunció el viernes 11 medidas y siete decretos destinados a contener la especulación de precios, el contrabando y el suministro de combustibles, entre otras medidas. Crece la pobreza Entre el bullicio de media mañana en el mercado, también hay personas que extienden la mano por unas monedas. En el pasillo central del Abasto, dos mujeres mayores dependen de la generosidad para sobrevivir. “La gente ya no da casi nada”, dice una de ellas, con la voz entrecortada.