Bolivia se mantiene en la categoría de país con bajo nivel de hambre, según el Índice Global del Hambre 2025 (GHI, por sus siglas en inglés), con una calificación de 6,0 puntos, dentro del rango considerado positivo (9,9). Sin embargo, este estudio advierte que detrás de esa cifra persisten desigualdades territoriales, alzas en el costo de los alimentos y señales preocupantes de malnutrición en niños y mujeres en edad fértil.
El informe, elaborado por la red Concern Worldwide y Welthungerhilfe, muestra que América Latina y el Caribe lograron reducir el hambre de manera sostenida hasta 2016, pero desde entonces el avance se detuvo. La región pasó de un puntaje de 8,2 en 2016 a 7,9 en 2025, prácticamente sin variación. “La reducción del hambre se ha estancado significativamente. Uno de cada ocho niños en la región presenta retraso en el crecimiento (stunting) y el costo de una dieta saludable es el más alto del mundo”, señala el documento.
En Sudamérica, Bolivia (6,0) se ubica junto a Colombia (6,1) y Paraguay (5,2) como países con resultados favorables, aunque detrás de naciones como Chile, Uruguay y Argentina, todas con índices inferiores a 5.
Por contraste, Perú (7,2) y Brasil (6,4) registran una leve pérdida de terreno. El caso más grave del continente sigue siendo Haití, con un puntaje de 35,7, único en la categoría “alarmante”.
El GHI subraya que el avance boliviano en seguridad alimentaria está amenazado por el encarecimiento de los alimentos básicos, la informalidad laboral y los efectos del cambio climático. El alza de precios en granos, frutas y verduras golpea con mayor fuerza a los hogares rurales, donde los ingresos son inestables y las redes de protección social, limitadas.
A pesar de las mejoras macroeconómicas en las últimas décadas, la desnutrición crónica infantil sigue afectando a cerca del 16 % de los niños menores de cinco años en Bolivia, según estimaciones de la OMS y el Banco Mundial incluidas en el informe. Los departamentos de Potosí, Chuquisaca y Beni concentran las tasas más altas. En el área urbana, por su parte, crece otro fenómeno: el sobrepeso infantil y la obesidad adulta, expresión de la doble carga de malnutrición que afecta a la región.
El informe también alerta sobre el elevado costo de una dieta saludable, que en América Latina es el más alto a nivel mundial. En Bolivia, una canasta básica que cumpla con los estándares nutricionales de la FAO supera el ingreso diario de miles de trabajadores informales. La brecha entre disponibilidad de alimentos y acceso económico se amplía, sobre todo en contextos de inflación y estancamiento del poder adquisitivo.
Hasta septiembre de 2025, el Instituto Nacional de Estadística (Bolivia) (INE) informó una inflación acumulada del 18,33 %, la más alta en décadas.
El informe señala que los productos con mayor incidencia en la subida de precios fueron carne de res sin hueso (2,30%), tomate (12,50%) y almuerzos (1,00%), además de zanahoria y carne de res con hueso. Por el contrario, alimentos básicos como cebolla (-7,87%), arveja verde (-18,24%) y papa (-6,68%) registraron caídas que atenuaron parcialmente la escalada inflacionaria.
En su llamado final, el Global Hunger Index 2025 exhorta a los gobiernos latinoamericanos a reforzar las políticas de seguridad alimentaria con tres prioridades: garantizar ingresos dignos, invertir en producción sostenible de alimentos y ampliar programas de nutrición infantil.
Bolivia llega bien posicionada en las cifras, pero el desafío es otro: sostener los avances en un contexto de economía debilitada, cambio climático y desigualdad creciente. En la lucha contra el hambre, el país ya superó la emergencia, pero aún no ha ganado la batalla de la nutrición.
Producción sostenible
En este contexto, el foco se centra en incrementar la producción. En ese contexto, la eficiencia productiva y la reducción de desperdicio de suelo y agua se vuelven esenciales para mantener la rentabilidad.
“Sin naturaleza no hay dinero”, resumió Vides durante su paso por el programa Dinero de EL DEBER Radio. “Los servicios que generan los ecosistemas —agua, suelos, biodiversidad— sostienen los agronegocios, la seguridad alimentaria y la salud. Si deterioramos ese capital natural, hipotecamos el futuro productivo del país”, advirtió.
El diagnóstico es claro: Bolivia es hoy el segundo país con mayor deforestación absoluta del planeta, solo detrás de Brasil. Y buena parte de esa pérdida ocurre en tierras de vocación forestal, no agrícola. “El problema no es producir, sino producir mal. Si se respetara el plan de uso de suelos, Santa Cruz podría seguir creciendo sin arrasar bosques. Hay que ordenar el territorio: saber dónde sembrar, dónde conservar y dónde restaurar”, explicó.
Vides sostiene que el futuro del agro boliviano dependerá de la capacidad de incorporar ciencia y planificación. “Hay que dejar atrás la lógica de frontera abierta. La sostenibilidad no es un discurso: es una condición para seguir produciendo. Si seguimos deforestando al ritmo actual, en 20 años la productividad caerá y los costos se dispararán”, advirtió.