Litio, gas y la toma de decisiones

Bolivia vive un periodo excepcional. Un momento de la historia que se constituye como una nebulosa entre lo que parece que se agota y lo que está por venir y que cada uno de los actores de la política, pero también de la economía, debería tener muy claramente interiorizado. El mundo está en efervescencia. El continente también. No es el momento de “las grandes decisiones”. Es simplemente el momento de no meter la pata.

La economía nacional fue uno de los pilares en la narrativa de Gobierno de Evo Morales y su equipo, donde Arce ocupaba un altar destacado por mucho que ahora se niegue. El asunto siempre se contó como una cadena interminable de éxitos contados desde una versión cada vez más cercana a la ortodoxia liberal y que tenía en la exportación, las reservas y el crecimiento del PIB sus tótems.

Más allá de los debates sobre las medidas de fondo, el éxito primordial se basó en los ingresos que la nacionalización de los hidrocarburos y la Ley anterior otorgaron al país. Una significativa cantidad de recursos que no se esfumaban en forma de dividendos hacia las potencias centrales, sino que se quedaban en el país, aunque estas se invirtieran con poco criterio o se malgastaran en la interminable campaña proselitista que acompañó el proceso.

La nacionalización fue una derivada del referéndum de 2004, un hito propio de la agenda de Octubre, aunque se acabó convirtiendo en una suerte de becerro de oro al que sacar en procesión cada vez que se ponían las cosas complicadas.

La nacionalización de los hidrocarburos no tenía como fin ofrecer más ingresos por impuestos con los que multiplicar el poder territorial y la inversión pública, sino que debía constituirse en palanca para lograr la anhelada industrialización del país. Para ello, tomar el control de toda la cadena y que YPFB se convirtiera en una empresa estatal similar a las de países árabes, pero también de países del entorno en los buenos tiempos, era fundamental. Pero no pasó.

Invertir en industrializar el gas requería grandes recursos, pero también un importante cambio de mentalidad en todos los niveles del Estado. Pasar del victimismo y la autolimitación a una ambición sana por competir en el mundo de tú a tú. Algo que es extrapolable al litio y el planteamiento original y soberano.

Nunca ha sido fácil: los proyectos se fueron atrasando una y otra vez, igual en la petroquímica que en las plantas de carbonato de litio, donde nuevas fórmulas se han ido imponiendo en la industria conforme pasa el tiempo. En el avance siempre hubo que enfrentar al coro de voces que simplemente no quiere que Bolivia ejerza su soberanía y está más cómodo proveyendo a los poderosos.

La economía mundial está en apuros, pero tiende a estabilizarse; la incertidumbre sobre la respuesta coordinada al cambio climático sigue en el aire. Bolivia tiene necesidad de atraer dólares, pero las urgencias no deben extraviar el camino, sino en todo caso, se deben encontrar soluciones de largo plazo que apuntalen el desarrollo nacional.

El gas ha sido indultado y será el combustible de la transición energética y el litio sigue siendo la piedra angular en esa transformación. Bolivia tiene opciones en ambos campos. Toca no desesperarse. Toca no regalar nada. Toca adoptar medidas inteligentes.

SourceEl País

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