Ovejas y cabras: entre el avance de la demanda y una producción que no se rinde

Por años relegada a un segundo plano frente al imponente dominio de la ganadería bovina, la caprinocultura y la ovinocultura comienzan a abrirse paso en Santa Cruz como una alternativa productiva sólida, noble y con enorme potencial. En campos del Norte Integrado, los Valles cruceños y la Chiquitania, pequeños y medianos productores están apostando por cabras y ovejas para producir carne, leche y derivados que hoy ya no alcanzan para cubrir la demanda interna.

Lo que durante décadas fue visto como una actividad marginal o complementaria, empieza a mostrar signos claros de transformación, empujada más por la actividad privada que por políticas públicas.

La historia del sector ovino y caprino organizado en Santa Cruz se remonta a 2016, cuando un reducido grupo de 13 productores decidió unirse para compartir experiencias, enfrentar dificultades comunes y comenzar a construir una visión colectiva. Hoy, casi una década después, la Asociación Cruceña de Criadores de Caprinos y Ovinos cuenta con 16 socios activos, un número que puede parecer pequeño, pero que refleja un proceso de consolidación progresiva en un rubro que recién empieza a ganar visibilidad y reconocimiento.

Al frente de la asociación se encuentra Erick Flores, su presidente, quien resume el momento actual con una frase que se repite entre los productores: “Estamos al límite de nuestra capacidad productiva; la demanda de carne ovina ya nos está superando”. De los socios activos, 14 se dedican exclusivamente a la producción ovina, mientras que dos trabajan con sistemas mixtos de ovejas y cabras, enfocados principalmente en la producción de carne. Sin embargo, la mayoría no tiene esta actividad como su principal fuente de ingresos, lo que se convierte en uno de los mayores obstáculos para crecer en número de animales y responder al mercado.

Uno de los indicadores más claros del cambio que vive el sector es el aumento sostenido del consumo de carne ovina. Hace algunos años, el consumo per cápita en Santa Cruz y en el país se estimaba entre uno y un kilo y medio por persona al año. Hoy, según cálculos del propio sector, esa cifra ha subido hasta los 2,5 kilos por persona y continúa en ascenso. El crecimiento responde a cambios en los hábitos alimenticios, a la búsqueda de carnes magras, al posicionamiento en restaurantes y parrillas especializadas, y a una mayor difusión de sus beneficios nutricionales.

Presión de la demanda

La paradoja es evidente: mientras la demanda crece, la oferta se queda atrás. “Tenemos mucha demanda, pero nos estamos quedando cortos en la producción”, reconoce Flores. El desafío ya no pasa por vender, sino por producir más, de manera ordenada, sostenible y con respaldo técnico. En Santa Cruz se estima la existencia de alrededor de 200.000 animales ovinos, una cifra que resulta insuficiente si se considera el potencial del mercado interno y la posibilidad futura de exportación.

Ese potencial ya comenzó a manifestarse en forma de pedidos que hoy parecen sacados de otra realidad productiva. En los últimos meses, la asociación ha recibido solicitudes del exterior que, por volumen y exigencias, resultan prácticamente utópicas. Uno de los casos más llamativos fue un pedido proveniente de Irán para la provisión de 30 toneladas de carne ovina, una cantidad que, en el papel, colocaría a Santa Cruz en el radar del comercio internacional. Sin embargo, la distancia entre el interés externo y la capacidad real de producción es abismal. “Son pedidos que entusiasman, pero que hoy no podemos ni siquiera considerar seriamente”, admite Flores.

El contraste se vuelve aún más evidente cuando se observa la situación del mercado interno. Existen demandas constantes desde el interior del país de hasta 25 animales faenados por semana, especialmente para restaurantes, ferias especializadas y consumidores que buscan carne ovina de calidad. Hoy, la realidad es que los criadores apenas logran abastecer su propio departamento y muchas veces lo hacen con dificultad. Cumplir con esos volúmenes de manera sostenida se ha convertido en un desafío cotidiano. “Hay semanas en las que simplemente no se llega”, reconocen productores del sector.

Este escenario deja al descubierto una paradoja que atraviesa a toda la cadena productiva: el mercado quiere más de lo que el campo puede ofrecer. Mientras llegan solicitudes internacionales de toneladas y el consumo interno sigue creciendo, los productores luchan por aumentar lentamente sus planteles, condicionados por la falta de genética, financiamiento, asistencia técnica y políticas de incentivo. “El interés existe, la demanda está, pero la producción todavía no acompaña”, resume el presidente de la asociación.

Uno de los cuellos de botella más importantes es el acceso a genética mejorada. Para importar reproductores, tanto machos como hembras, o semen de alta calidad, los productores deben atravesar estrictos requisitos técnicos y legales. Todo el proceso debe canalizarse a través del Senasag y con el apoyo de Fegasacruz. Sin una política clara que facilite estos trámites, el mejoramiento genético avanza, pero a un ritmo mucho más lento del que exige el mercado.

Aun así, se trabaja con razas adaptadas al trópico, como la Santa Inés, reconocida por su rusticidad y resistencia. También se desarrollan líneas genéticas en zonas como Puerto Quijarro, Puerto Suárez, el sur y los valles cruceños, con especial énfasis en la Chiquitania, donde se busca consolidar animales creados para climas tropicales. No es un esfuerzo nuevo; ya en la década de los años 80, el CIAT sentó las bases de la investigación ovina en la región, un legado técnico que hoy comienza a retomarse con un enfoque más integral, que combina genética, sanidad, alimentación y bienestar animal.

La asociación proyecta que el año 2026 estará marcado por múltiples actividades técnicas, capacitaciones y programas de mejora integral de la producción ovina. Las buenas prácticas pecuarias son una prioridad y se realizan visitas técnicas con veterinarios para sugerir mejoras en manejo sanitario, alimentación y pasturas. Todo este trabajo se sostiene, principalmente, con los aportes de los propios socios, en un esfuerzo colectivo que refleja compromiso, pero también deja en evidencia la ausencia de un respaldo institucional más fuerte.

Para los productores, la ovinocultura y la caprinocultura son actividades nobles, inclusivas y perfectamente compatibles con la ganadería bovina. Las ovejas y cabras son manejables, dóciles y se adaptan a distintos sistemas productivos, lo que las convierte en una alternativa real para mejorar las condiciones económicas de muchas familias rurales. La meta a largo plazo es clara: abastecer al país con carne ovina y caprina y fortalecer la soberanía alimentaria.

Diversificación

Ese mismo espíritu de diversificación y valor agregado se refleja en emprendimientos como la cabaña Campo de Vida, propiedad de Norman David Peña Flores, ubicada a pocos kilómetros de la capital cruceña. Allí, la producción no se limita a la carne, sino que se expande hacia una amplia gama de derivados lácteos elaborados con tecnología y conocimiento. Peña retoma un legado familiar ligado a la crianza de cabras y ovejas, que decidió reimpulsar hace cuatro años bajo un modelo moderno y diversificado.

Campo de Vida produce leche de cabra, queso de cabra, arroz con leche, budines, flanes, yogur, dulce de leche, helados, todo con leche de cabra, además de chorizo de cabra y carne de cabra. Es el único productor en Santa Cruz con la novedad de leche y queso de oveja. Trabajan con razas como Saanen, Anglonubia, Toggenburg, Murciana granadina y Alpina francesa y americana, seleccionadas por su productividad y adaptación. La alimentación se basa en maíz, soya, núcleos nutricionales y pastoreo, mientras que la sanidad se maneja de forma preventiva con vacunas, vitaminas, minerales y desparasitación.

La tecnología reproductiva ocupa un lugar central, con la aplicación de inseminación artificial por laparoscopia, que permite mayores porcentajes de preñez, así como el uso de embriones frescos y congelados. La ordeña automática mejora la sanidad, la higiene y la calidad de la leche. Actualmente, el emprendimiento produce 40 litros diarios de leche de cabra y 20 litros de leche de oveja, comercializando mensualmente alrededor de 130 kilos de queso, entre 300 y 400 litros de leche y hasta 400 postres elaborados con leche caprina.

La buena aceptación de estos productos, que se venden en un punto fijo en Santa Cruz, ubicado en la zona Alto San Pedro, tercer anillo externo Nro. 37, confirma una tendencia que se repite en todo el sector: el consumidor está dispuesto a probar, incorporar y valorar los derivados caprinos y ovinos, especialmente por sus beneficios nutricionales. La leche de cabra, más digestible, ideal para intolerantes a la lactosa y rica en calcio, fósforo y vitaminas, se posiciona como una alternativa aunque todavía poco promovida desde el ámbito público.

Mientras la carne vacuna enfrenta costos crecientes y mercados saturados, la producción caprina y ovina abre nichos inesperados y crece en silencio. El entusiasmo del sector es evidente, pero los desafíos persisten. Faltan animales, genética, apoyo técnico y políticas claras. Aun así, los productores avanzan con convicción, conscientes de que el potencial está intacto.

“Nos faltan animales, pero no ganas”, resume Flores. El rebrote del ganado menor en Santa Cruz no es aún una revolución, pero sí una señal clara de cambio. Cabras y ovejas empiezan a abrirse paso como la próxima sorpresa de la economía rural cruceña.

Sourceel deber

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