Los precios de los hidrocarburos siguen disparados. El barril WTI, de referencia para América, sigue cotizando por encima de los 120 dólares, y siendo este el principal indicador con el que se calculan los precios del gas natural de exportación no extraña que el valor de la factura se haya incrementado en un 35 por ciento solo en los cuatro primeros meses del año, sin embargo, no hay muchas cosas que celebrar en esta coyuntura.
Si bien los gobiernos departamentales productores están de enhorabuena, porque seguramente volverán a tener que reformular al alza un presupuesto después de muchos años, el Ministerio de Economía anda con la preocupación subida precisamente por el impacto que genera en las arcas públicas la subvención a los hidrocarburos. El presupuesto 2022 se construyó estimando un barril de petróleo a 50,47 dólares, pero en la actualidad cotiza a más del doble, y en la misma medida se estiman los recursos a destinar para subvencionar el combustible.
El principal problema se encuentra en el otro dato relevante que ofrece el Instituto Boliviano de Comercio Exterior en relación a la venta de gas y que no puede ser tapado solo por el incremento del valor: el volumen ha decrecido un 18 por ciento, lo que supone una buena cantidad de millones de metros cúbicos que ya no se están produciendo en nuestros pozos, y no porque se esté guardando para otras cosas, sino porque simplemente no hay.
Mientras el gobierno y la plana mayor de Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos (YPFB) sigue atrincherado en la misma vieja estrategia neoliberal de no molestar a las petroleras y más al contrario, “estimular” la exploración con incentivos, que sin eufemismos supone pagar más por lo mismo.
La estrategia de la estimulación apenas ha dado resultados. Boyuy ha sido el último gran proyecto completado precisamente apelando a ese fondo de incentivos que no ha dado más resultado que el pozo más profundo del mundo, improductivo, y algunos otros proyectos acelerados sin resultados aparentes.
La posibilidad de que estemos demasiado tarde incluso para asumir de forma directa la exploración, como debió ser, es real. Los precios del gas se disparan mientras que los proyectos bolivianos de industrialización y de uso de nuestro propio energético como palanca, languidecen.
El único plan parece ser el del ingreso a las zonas de amortiguamiento de las áreas protegidas como Tariquía, mientras que la experimentación con técnicas de recuperación secundaria y de frac tura hidráulica parecen estar generando demasiadas dudas, aunque en el resto del mundo haya quedado claro que el camino va por el riesgo.
Tratar de aprovechar el momento debería ser una obligación, teniendo en cuenta que esto parece ser una especie de último tren para el gas nacional. Otra cosa es tener la capacidad de priorizar la inversión productiva no tan amable ni rentable en lo político. Es hora de tomar decisiones, a poder ser buenas.